¿Se detuvo el reloj? ¿Qué pasó que todo se detuvo de la noche a la mañana? Como una ciudad fantasma, las calles y las plazas se vaciaron. Los compromisos y panoramas se congelaron. Como el hechizo en la Bella Durmiente, todo entró en suspenso: “No podrás ver a tus amigos el lunes”. Sin embargo, no sabíamos qué era Derretir al tiempo. Otra vez el reloj. Los minutos, las horas, los días. Las semanas y los meses.
¿Qué pasa cuando no sabes lo que significa el tiempo? Las convenciones sociales nos muestran el inevitable choque entre la experiencia adulta y la infantil. Nacemos atemporales: sin horarios, sin noción del pasado, presente y futuro.
Los adultos olvidamos que los niños y jóvenes viven otra temporalidad. Cinco, diez, quince años de vida no se comparan con treinta o cuarenta sometidos al rigor del minutero y del calendario. Incluso, la experiencia adolescente tiene una temporalidad diferente, por más adultos que parezcan en muchos aspectos.
Los meses de encierro son una vida para los más jóvenes. Comprender la forma que habitan las dimensiones del tiempo y cómo se representan el futuro, son relevantes al momento de relacionarnos con ellos.
Sin duda, es importante considerar sus estados psicológicos durante el confinamiento y contexto de pandemia, pero sin olvidar que en la relación diaria se atraviesa de forma casi invisible la dimensión temporal.
En la historización de los más jóvenes hay un período que se detuvo, se congeló. ¿Les hemos preguntado cómo lo perciben ellos?
Son momentos importantes para conversar y jugar, con niños y jóvenes, para saber cómo se representan todo esto en sus experiencias particulares, lo que significa en sus vidas y en sus historias.
Si es difícil imaginar futuros con seres altamente conectados con el presente como ellos, hacer del momento algo que no sea la expectativa de lo que vendrá es algo que puede sostenerlos a vivir un mejor el aquí y ahora.
Para acompañarlos, primero entender que la experiencia temporal no es igual a la de los adultos y escucharlos relatar sus vivencias del tiempo. También puede ser a través de los dibujos. Favorecer la vida en presente, más que con la incertidumbre de lo que vendrá o no vendrá.
El diálogo sobre la temporalidad entre generaciones crea un puente importante, vincula y permite entender muchos de los síntomas que niños y jóvenes están sufriendo en estos tiempos. Si se mira la ansiedad desde una perspectiva de estar en el mundo, es una forma de vivir la convención del tiempo que huye de él, se apremia o se asusta con el rigor del control temporal.
Los niños y los jóvenes perdieron una parte de sus vidas. Esos hitos que esperan ansiosos como sueños que deben ir pasando, como las siguientes etapas: “cuando tenga doce años…”, “para mi cumpleaños de los quince haré…”,” lo que aprenderé en 5° básico…”, “cuando entre a la universidad…”. Ya perdieron esa parte de sus historias y de sus vidas, pero de la manera en que las habían imaginado. Los sueños, la imaginación y los proyectos viven en el mundo de las ideas, por lo tanto, podemos borrar y volver a dibujar una y otra vez. Es importante comunicarle esto: los sueños se pueden escribir una y otra vez.
Como adultos, podemos incentivarlos a soñar otros sueños en la realidad que les toca vivir, abriendo posibilidades dentro de las limitaciones.
Crear otros relatos, proyectos y sueños junto a ellos, aún en momentos difíciles, derrite todo congelamiento e infunde sueños en mentes que aún viven menos limitadas de convenciones y rigideces.
Por: Daniela Besa Torrealba. Psicóloga – Arteterapeuta – Investigadora